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El gobierno de todos los mexicanos

Política

Francisco Salinas

El primero de julio de 2018 sucedió el evento histórico más significativo de la vida política en México: la sociedad civil había derrotado a los regímenes de la corrupción, la impunidad y el saqueo, cansada de de tantos abusos y engaños.

Lo que no habían logrado generaciones anteriores con ideales de justicia, movimiento de masas, guerrillas, posiciones contestatarias, protesta y rebeldía abierta, lo consiguieron la generación millenial, los grupos marginados, los desposeídos, los críticos descontentos y los indecisos aprovechando ese pequeño boquete democrático que pronto se convirtió en el abismo de los sectores acostumbrados a detentar el poder gubernamental.

No fueron las ideologías partidistas, la conciencia política y la participación activa lo que orientó el cambio. Tampoco una identificación plena de las clásicas posturas de izquierda o derecha, o un convencimiento filosófico, ya que la mayoría de los votantes no tenían pleno conocimiento de las propuestas, los idearios políticos de los contendientes o una base ideológica.

Fue el simple cansancio y el sentido común de rechazar la envergadura que había adquirido la ineficacia ante la violencia, la falta de oportunidades, el dispendio o el robo de miles de millones de pesos. Fue una apuesta por la diferencia lo que dio al Movimiento de Renovación Nacional el triunfo, más allá de su propio trabajo electoral y su oferta de manejo del país.

En la regla del juego electoral, la decisión de la mayoría debe ser aceptada por todos los ciudadanos y por el partido vencedor: se eligió un gobierno para todos los mexicanos.

A casi dos años de este evento histórico, la aceptación se muestra como una incertidumbre y no como una verdad contundente, por parte de los sectores críticos al sistema, pero dubitativamente más en los funcionarios elegidos. El mismo presidente de la República ha radicalizado su posición, al exultar “el que no está conmigo está en mi contra”, dividiendo la opinión del país en lugar de aglutinarla.

Así como en antaño los privilegios de las clases pudientes los distinguían de los demás sectores, y en materia de justicia, educación y desarrollo se generaban mexicanos de segunda clase, ahora con la visión de la cuarta transformación se distingue a pobres y liberales versus conservadores corruptos. Un criterio más amplio nos mostraría que la mayor parte de los ciudadanos no están colocados en el favoritismo o el rechazo, sino en observar los resultados contundentes que brinde la administración gubernamental, que está para eso y no para eternas campañas electoreras.

Es triste ver como hasta en asuntos meramente restringidos a las acciones en materia de salubridad, un desangelado subsecretario afirma que la pandemia del Covid-19 fue importada por grupos adinerados, lo que de facto hace culpable a éstos y exime a los grupos no adinerados. Y en el mismo tenor, el gobernador de Puebla, el morenista Miguel Barbosa, se atrevió a expresar “Si ustedes son ricos, tienen el riesgo, si ustedes son pobres, no, los pobres estamos inmunes”. Como si el virus distinguiera clase social o posición política.

Recordemos al gobierno de México que está para servir a los ciudadanos, no principalmente a algunos, supuestamente a los pobres, cómo gustan en llamarlos, sino a todos, lo que incluye a los denostados fifís, los trabajadores, los opositores, los simpatizantes, los liberales o conservadores, de derecha, centro o izquierda, millenials o rucos.

Si un gobierno pretende una sociedad desconcertada, obligada a tomar partido en una disputa de poder político, el valor del servicio se nulifica. Es mejor fórmula evaluar al régimen de la cuarta transformación por los óptimos y eficaces resultados de su administración, demostrando que la apuesta de las mayorías fue correcta, y no enfrentando a los mexicanos entre sí.

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