Reflexión
(Parte I, el cambio)
Francisco Salinas
Es una mañana luminosa como las de cualquier día de la mitad de año, con el aire fresco, de fondo el trinar de las aves y el olor a tierra fresca tras la noche de lluvia. En una escala mayor, la tierra no cambia su aspecto, simplemente se desplaza en lo que llamamos tiempo y se asimila dando vueltas en torno al Universo. Esta rotación no implica nada, solo avanza inmutable, plena, sin cansancio dentro de la vastedad, sin esperar ni dar nada a cambio. Si pudiéramos verla desde el exterior, diríamos que no existe.
¿Por qué entonces nuestra obsesión por el cambio, por lo nuevo?
En la retórica de los hombres siempre ha existido esa idea, la búsqueda incansable por nuevos esquemas de comportamiento y convivencia. Quién no ha escuchado las promesas del cambio político, el sueño de rumbos económicos hacia una nueva vida, la conquista de nuevos mundos, de territorios desconocidos, las cada vez más recurrentes nuevas eras, la palabra como buena nueva, y finalmente tras morir, la nueva vida.
De hecho los cambios sociales en la historia de la humanidad siempre estuvieron enfocados hacia la transformación desde la edad antigua. Tal vez el paso del prehombre hacia la civilización fue marcado por la idea del cambio un tanto inconsciente, pero esta idea sin duda se fue consolidando en los últimos veinte mil años hasta hacerse omnipresente.
Insalvable como circunstancia, este pequeño leitmotiv de cada individuo y motor de lo social nos lleva dos conclusiones extremas cada vez que hacemos un corte de caja para pensar: la primera es el desesperante anatema de no haber conseguido el cambio y que de forma contundente todo siga igual; o la desilusión de que el cambio conseguido no es el que por esperanza se tenía.
Tanto resultados buenos como malos son de alguna manera insuficientes, lo que provoca la idea de que necesitamos más cambios. Esta perspectiva asusta, pues nunca alcanzaremos la plena satisfacción. Por supuesto habrá quienes defiendan la tesis de que esta compulsión es más que nada la motivación de ser mejores a través del tiempo, y que la historia no es más que el sinfín evolutivo hacia nuevos estadios.
Habrá otros que opinen que la búsqueda constante de lo nuevo es una sinrazón, una incapacidad natural del ser y por tanto, una pérdida de tiempo. Como resultado constante nunca habrá una transformación consolidada en estado permanente, con la imposibilidad de ser plenamente satisfechos y permanecer por fin así, en un segundo edén.
Pero, ¿es necesario el cambio? ¿O es una ilusión? Por lo menos en política se convirtió en la zanahoria que persigue el burro y nunca alcanza. Todo sistema se basa en una promesa, y esta promesa generalmente es la transformación hacia un mejor régimen en la vida de todos. Una falacia, si tomamos en cuenta que la idea del cambio es una ruta a la eterna insatisfacción.
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